21 julio 2006

La flor despintada V (continuación)

Vino a verme una tarde en la que todos los cielos del mundo parecían acusar su ausencia. Una lluvia espesa y plomiza caía sin consuelo amenazando llevarse cualquier cosa por delante. Yo iba por mi quinta copa de un vino malo y peleón, y al principio confundí los suaves golpeteos de la puerta con los enfurecidos latidos de la lluvia.
Al abrir la puerta, la oscuridad la envolvió como un manto y tardé en reconocerla. Mi aspecto era desastroso, con la barba a medio afeitar y el pelo sucio y revuelto, pero cuando sus ojos se acercaron a los míos, su ternura rodeó mi gélida desolación, dejándome abatido y rendido para siempre.
Me habló de amor, de aventura, de pasión, de fuerza, viajes, libertad. Yo ansiaba retenerla entre mis brazos, y ella izaba el vuelo con cada palabra. Me hizo prometerle no volver a mencionar la palabra compromiso, éramos dos seres libres que se amaban sin ataduras, ansiosos por rozar la eternidad. Yo la escuchaba sin añadir nada, sin enturbiar uno sólo de sus sueños, porque la vida que latía en su alma, me iba matando poco a poco, dejando mi cuerpo vacío, sin fuerza ni consistencia.
En una semana partía a Nuremberg, y después la habían invitado a Tierra Santa, a presenciar los inicios de la construcción del estado de Israel.
Me hablaba de conflictos, de árabes y judíos arrebatándose la tierra, de un encargo para realizar un reportaje completo para el National Geographic, su sueño, continuar los pasos de su tío. Salían como un torbellino palabras como Petra, Autzswitch, Jerusalén, Belén, Goebbles, Ben Gurión, Naciones Unidas, Persia, y yo no la interrumpía. Sólo cuando hizo una pequeña pausa para besarme, me atreví a preguntar cuánto tiempo iba a estar lejos.
Sus ojos negros se nublaron un poco, lo justo para responder sin un ápice de temblor en su voz: “Tres meses”.
Lo tenía todo organizado, podíamos encontrarnos en algún punto del ancho mundo en cualquier momento de esos tres largos y áridos meses. No tenía fuerzas para contestar, y dejé que las lágrimas calmaran mi sed, mi hambre, y dieran brillo a mi dolor. Ella no podía entender mi actitud egoísta, insistía una y otra vez que no había promesas entre nosotros, pero que ella siempre volvía... ¿es que no me daba cuenta? Ella siempre volvía.
Se quedó dormida en mis brazos, agotada, con la respiración agitada. Me di cuenta de que tenía fiebre. Fue entonces cuando me permití observarla y descubrir algunos cambios. Estaba más delgada y muy pálida.
Fue entonces cuando me di cuenta de que no había encontrado la chispa alborotadora de sus ojos negros.


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- ¿Qué pasó después con Luz Divina, Tata?
- ¿Después? No... no quiero hablar de ello... todavía se me encoge el alma al recordarlo...
- Por favor, Tata... ¿qué pasó después?
- Pues qué iba a pasar, lo que estaba de Dios, pues claro, que no se puede tentar la suerte y retorcer las cosas que tienen su orden natural sin que te pasen factura, pues qué creías. Estalló la guerra justo cuando el Manuel y la Ludi estaban con los preparativos para casarse. Él se unió a los rojos, claro, pero se casaron antes de que se fuera al frente. Estaba metido en una comisión organizadora de no sé qué, y hacía cosas de papeleo. Ella le ayudaba en lo que podía, pero en secreto, a escondidas, para que no se enteraran los señores donde servíamos, no fuera que la denunciaran o algo así. Al principio, la guerra no se hizo notar en el pueblo, pero cuando llegaron los falangistas y se los... se los... se los llevaron...
- No llores, Tata, aquello ya pasó.
- Ya lo sé, pero es que la vida ha sido muy dura, y nos ha dejado ver demasiadas cosas. Nosotros siempre hemos sido pobres, pero honrados, y no nos merecíamos aquello. Si lo que defendía el Manuel era tan bueno, ¿por qué le hicieron aquello?
- ...¿El qué... Tata?
- Se lo llevaron los falangistas, él estaba en el pueblo, había vuelto para estar con Ludi, porque desde la boda no se habían vuelto a ver y de eso hacía más de un mes. Lo tuvieron en los calabozos del Ayuntamiento viejo, en esos sótanos que estaban en pie desde mucho antes de que llegaron los franceses, porque se decía que las tropas de Pepe Botella encarcelaron allí a rebeldes españoles... y eran sitios sin airear, con paredes de piedra que sudaban podredumbre, enfermedad, humedades, y... muerte.
- ...pero llenas de vida también, Tata, vida y esperanza. Las paredes eran el diario de familias rotas, ilusiones perdidas, amores añorados hasta el ahogo. Cuando el sol crecía y asomaba tímido por el pequeño hueco que anunciaba un nuevo día, podíamos leer todas las historias y todas las luchas del hombre en esas paredes. Varias generaciones de hombres dejando sus palabras marcadas en esas paredes, único testigo de su destino final...
- De allí se lo llevaron con los pulmones destrozaícos, el pobre. Estuvo preso dos semanas apenas, pero fue tiempo más que suficiente para que le dejaran hecho un guiñapo. Yo no le vi, nos lo contó el Marianico, que era monaguillo del cura y como era fuerte y un poco tardo, el cura lo llamó para que se encargara de todo, junto con otros hombres. Era muy temprano y hacía mucho frío, porque apuntaba ya el otoño y estábamos a principios de octubre, pero era como si las nubes blancas que tanto le gustaban a Manuel mirar en el cielo, salieran todas juntas a despedirle y llevárselo entre algodones de este mundo...
- Eran nubes muy blancas, y muy densas, compactas. De pronto se volvieron sólidas, y cubrieron por completo el cielo. Todas juntas, unidas, enlazadas en un abrazo, techando el mundo y dándole textura de algodón...
- ...el Marianico decía que el Manuel estaba muy mal... que se le notaba que le habían pegado varias palizas, tenía un brazo roto, una brecha muy fea en la cabeza y no podía apenas respirar... pero tenía la mirada firme, afilada, orgullosa.
- ...hacía mucho frío y cada bocanada de aire era como alfileres que se clavaran en el costado... y aquel silencio... nadie hablaba...
- ...los montaron en una camioneta destartalada y los llevaron al cementerio... empujándolos a golpes hasta la tapia del cementerio, verde de musgo... que en unos pocos minutos se tiñó de rojo de muerte... el Ma... Marianico dice que el Manuel le agarró por la chaqueta y le susurró al oído muy deprisa que le entregara a la Ludi un papel arrugado y medio roto que tenía en la mano...
- ...y el Marianico, con su cara de pasmo, no sabía qué hacer con el papel. Lo pasaba de una mano a otra hasta que lo guardó en el bolsillo de su chaqueta... asustado por que no le vieran los demás, y se lo metió en el bolsillo dejando que asomara un trozo, imagen que no dejé de mirar atrapado en el deseo de que llegara a su destino... pero justo en el último momento... cuando las fuerzas se me escapaban atropelladamente, vi cómo el trozo de papel se caía del bolsillo del Marianico, hundiéndose en el barro, poco a poco, sin que nadie, y ni mucho menos el Marianico, se diera cuenta de nada...
- ...pero sí se dio cuenta, que vino a verme corriendo, asustado, hecho un manojo de nervios, gritando que tenía una carta para la señorita Ludita de parte del señor Manuel y que la había perdido... creía que en el cementerio, pero no estaba seguro. No se atrevía a volver, pero le obligué a golpe de cachetes, y Dios me perdone que no me gusta pegar a nadie, pero la Ludi se me moría... y eran las últimas palabras del Manolillo...
- ...¿y la encontró?
- No. Buscó, rebuscó entre el barro, con las manos, rompiéndose las uñas, con palas... y nada, que no apareció la carta... pero al cabo de los años... un buen día, unos niños que jugaban en la tapia del cementerio, encontraron un pedazo de papel medio mohoso enterrado entre unas piedras... sólo se leía un nombre: “Mi Luz Divina”... y apenas se distinguían cuatro palabras... suerte que acertó a pasar por allí en aquel momento el señorito Rodrigo, el hijo de don Rodrigo, sabe usted, que era tan distinto a su padre, y reconoció el nombre...
- ...¿Se la entregó a Luz Divina?
- Pues... en cierto modo, sí... bueno, según se mire... porque según decía, ya estaba con ella... porque lo curioso es que el sitio donde estaban las piedras donde encontraron los niños el papel, daba al otro lado del cementerio, justo a los pies de la tumba donde fue enterrada Ludita... al Marianico se le cayó por el lado de la tapia que meses después fue derrumbada para ampliar el cementerio, pues... en los días, semanas, meses que siguieron a la muerte del Manuel, cada vez había más muertos que enterrar... y justo dónde le mataron y se cayó la carta, quiso la casualidad que fuera enterrada la niña Luditina, nuestra niñita bonita. Lo que es la vida... al final la carta llegó a su destino... aunque fuera después de muerta.
- ...¿muerta... Luz Divina?
- Sí Manuel... como tú, descansando en paz y esperando que te vayas con ella, a descansar también porque ella leyó tu carta, y supo que la amabas por encima de todas las cosas de este mundo, por encima de ti, de los pobres, la justicia, la revolución, y supo que no importaba el tiempo que habías estado lejos, porque ella siempre fue tu primer pensamiento al despertar cada mañana...
- ...y la única batalla a la que rendirme... la dejé sola, porque el mundo estaba cambiando y yo quería cambiarlo, pero ella era mi casa, mi hogar, mi amor, mi guía, y mi única esperanza... y le pedía perdón por no morir a su lado, por no estar ahí para protegerla y escucharla, y amarla, y sentirla... pero después seguía sintiéndola, más intensamente aún... y toda mi obsesión era encontrarla para decírselo...
- ...pero ella lo sabe, así que puedes irte Manuel, puedes irte en paz, que ella te espera, te está esperando para que descanséis juntos en la eternidad...
- Gracias, Tata...
- De nada, Manuel. Descansa en paz.

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