Este relato no empieza aquí.
El mundo incontable es sólo el punto final de un viaje que empezamos mi querida amiga Merche Lozano y yo hace varias semanas como un juego. Si te apetece leerlo, primero tienes que llamar a la puerta de Avellaneda para saber cómo empieza esta historia. Después, si quieres, puedes volver aquí a completarla. Te estaré esperando.Foto cedida por Marcela Bustamante.
Gracias, Marcela, por participar en el juego y ser parte de este equipo.
.../...
El relato se interrumpía abruptamente, con una pregunta inquietante con perfume de cotidianeidad. De no ser porque la formulaba una mujer que meses después iba a ser asesinada.
El inspector Alegría se rascó la cabeza rala con fruición. Aquella no parecía la declaración de una mujer que temiera por su seguridad. Más bien era el relato pormenorizado de una mujer estrenando maternidad, que rememora los vaivenes hormonales de su reciente embarazo.
Alegría resopló y arrojó los papeles de la declaración sobre la mesa con un gesto de airado pesimismo. Se inclinó hacia atrás, y miró fijamente al Irlandés. El joven alto y espigado, de facciones nórdicas y rubio pelaje, que le valía el sobrenombre de “Irlandés”, se estiró de golpe.
La mirada del inspector Alegría podía fundir el acero en un golpe de párpados. Su apellido le rondaba como una maldición, pues no había espacio en su rostro para una sonrisa, siempre ocupado en cincelar unas arrugas que le pesaban como toda la maldad del mundo.
El Irlandés carraspeó antes de abrir la boca:
- Inspector, esto es lo que queda del diario de la mujer. A partir de ahí, las hojas están arrancadas, las tapas están...
- ¿Y el marido qué dice? ¿Conocía la existencia del diario? –interrumpió bruscamente Alegría.
- Eeee…pues como sabe, se niega a decir una palabra, inspector, así que no nos ha podido decir nada del diario, en concreto, no obstante…
- ¡Venga, ya, Irlandés! No me vengas con esas, ¿me estás diciendo que se os resiste el tío éste?
Alegría se inclinó hacia delante, mirando fijamente al joven policía, criminólogo de titulación universitaria, cuerpo atlético cincelado finamente de musculatura preparada para perseguir al criminal y dominio magistral del enjambre tecnológico. Nuevas generaciones de policías, mentes jóvenes y arrogantes frente a la experiencia hecha oficio y el olfato afinado del viejo inspector.
Pero el Irlandés le caía bien a Alegría, había buena materia prima que moldear. No quiso ser demasiado duro con él, y se limitó a carraspear y a golpear la espalda del joven, tieso y duro de miedo ante la reacción de su superior.
- Irlandés, Irlandés, vamos a hablar con el marido ahora mismo, a ver qué le podemos sacar.
El joven aflojó su cuerpo al comprobar que no iba a haber reprimenda, pero apretó las mandíbulas con fuerza, sabedor de que estaba pasando pruebas y la entrevista con el marido iba a ser su gran examen.
El día estaba desapacible, se respiraba una atmósfera de primeras lluvias otoñales, y el cielo mostraba un color sucio, de barro extendido por las calles. Se montaron en el Ford Mondeo negro, y atravesaron la ciudad hasta llegar a la urbanización de casitas adosadas que se extendían en la zona más acomodada del extrarradio.
Les abrió la puerta Sebastián Pedroso en persona, marido de la víctima. Su rostro se endureció al verles, pero su voz transmitió calma cuando les invitó a pasar. El salón parecía desordenado, aun permaneciendo todo impecablemente colocado. Había una sensación de control superficial, concluyó el Irlandés, algo inestable, a punto de derrumbarse si se sabía rascar debidamente.
Se acomodaron en los sillones y el marido les ofreció un café, que aceptaron.
El inspector Alegría se ofreció a ayudar, y el Irlandés observó el comportamiento del inspector con atención. Se mostraba torpe, pero cálido, como un padre que acude al llamado de un hijo en apuros y no sabe por dónde empezar. “Seguro que es una estrategia para que el otro se confíe, qué viejo perro es este hombre, se las sabe todas”.
El Irlandés se quedó solo en el salón, titubeante y sin saber muy bien qué hacer con su presencia, y se acercó a una vitrina donde se amontonaban varias fotos enmarcadas. Comprobó que no había ninguna del niño, había muchas de la pareja, en diferentes situaciones y vestimentas, pero le llamó la atención una especialmente. Era de ella, de la víctima.
El pelo se agitaba y cubría la cara sin llegar a ocultar una sonrisa confiada, plena. Al fondo, el cielo dibujaba nubes rosadas de un prometedor y seductor atardecer. El mar formaba unos escalones tentadores que invitaban a alcanzar el cielo. La mujer de la foto sonreía feliz, su barriga abultada mostraba un embarazo muy avanzado. Todo en esa foto conducía a sentirse en plenitud, nada hacia prever que tras las nubes se cernía la tormenta, la muerte, el fin.
Sin darse cuenta, tomó la foto en sus manos, concentrado, y no se dio cuenta de la llegada del marido y el inspector con la bandeja y el café.
- Deje eso en su sitio ahora mismo, por favor.
La voz de Sebastián era gélida y dura, el eco ahogado de una garganta rota, en la que se amontonaron las lágrimas.
- Disculpe…
- ¿Qué pasó en ese viaje, Sebastián? –el tono del inspector, intentando aprovechar ese descuido en las defensas del marido, no le pasó desapercibido al joven policía. Era el tono de un padre que comprende y tiende una mano, abierta a cualquier confidencia.
- Era tan guapa, el embarazo la embelleció, pese a lo mucho que se quejaba, pero yo la encontraba más hermosa que nunca –su voz se quebró mientras cogía la foto y la aferraba con fuerza.
- Hay mujeres a las que la maternidad las pone más guapas, mi mujer también pasó unos embarazos complicados, pero bien lindos. Siéntate aquí, Sebastián, tomemos este café y hablemos un poco…
Sebastián se sorbía los mocos mientras las lágrimas rebotaban mansamente sobre su barbilla.
- Era la mujer de mi vida, eso quiero que quede claro… y ahora no tengo nada…
- ¿Dónde está el niño, Sebastián?
- Con sus abuelos, yo…no soy capaz de verlo…no puedo, no puedo…
- ¿Cuándo lo supiste?
Los ojos de Sebastián se afilaron cuando miraron al inspector, que había convertido aquello en un diálogo entre los dos, dejando al margen al Irlandés, que sólo acertaba a escucharlo todo con los ojos abiertos empapados de asombro.
- En aquel viaje, precisamente…se la veía tan feliz y relajada, que no pudo ocultarlo por más tiempo.
- ¿No sospechabas nada?
- Pues no…hombre… los síntomas eran evidentes, admito que también alarmantes, pero yo me negaba a pensar en lo que podrían significar.
- ¿A quién se le ocurrió la idea del diario?
- A ella, claro –sonrió Sebastián- tenía una sensibilidad especial, le gustaba escribir, y pensó que así podría dejarle al niño un detalle bastante completo de cómo era y cómo sentía. Le quedó muy bonito, ustedes han leído una parte, ¿verdad?
- Sí, pero falta toda la parte final. En la que cuenta, supongo, por qué te pidió que lo hicieras.
- Era fantástica y tan fuerte…pero no pudo más.
El inspector Alegría pasó su brazo por los hombros de Sebastián, que lloraba vencido, y en un susurro preguntó:
-¿Qué pasó aquella noche, Sebastián?
Era medianoche cuando el Irlandés salió de la casa. La luz de las farolas apuntaba a las calles con su foco acusador, y el silencio ahogaba el aire frío de la noche, que agitaba su paso enmudecido de golpe.
Detrás de él venía el inspector Alegría, el viejo cascarrabias le había dado una lección que nunca olvidaría. Le sobraba humildad para reconocer cuándo le tocaba callar y no cuestionar. El brillo en sus ojos no le pasó desapercibido al viejo, que le palmeó la espalda y le dijo, quedamente:
- Vámonos, hijo, que es muy tarde ya.
La sirena del coche de policía irrumpió súbitamente en la noche fría, desgarrando la paz irreal de una noche de confesiones, lamentos, angustias y ausencias. Cuando el coche pasó a su lado, vio a Sebastián, sentado en el asiento de atrás. Su mirada parecía perdida en hondos abismos de insondables dimensiones, abatida en su propia batalla para el resto de su vida.
- ¿Por qué lo haría? ¿Por qué no intentaron luchar contra la enfermedad?
- Hijo mío, algún día entenderás que la mente humana es tan rica en recovecos, requiebros y matices como colores nos muestra la naturaleza.
- Pero habían tenido un hijo, era una ilusión más por la que luchar, y él mismo ha reconocido que ella mejoró mucho cuando nació el niño, incluso en el diario se percibe que estaba mejor…
- Mejor no quiere decir curada.
El Irlandés aparcó el coche, ya habían llegado. Sólo entonces se atrevió a hacer la pregunta:
- Inspector Alegría, ¿cómo lo supo? ¿Cómo adivinó que ella fue quien le pidió que la ayudara a morir?
Los ojos del viejo inspector centellearon en la oscuridad. Se giró suavemente, miró al joven muchacho que temblaba de admiración a su lado, y le lanzó un guiño:
- Da mucho de sí ayudar a preparar un café, Irlandés.
Querida Merche, gracias por dejarme seguirte en esta aventura. Me ha encantado y me lo he pasado genial. ¡¡Somos un equipo!!