14 septiembre 2006

La bailarina

A mi madre, que un día soñó con la Danza.

Quería ser bailarina. Cada noche se levantaba a escondidas y le pedía al cielo, con su perfil de luna, que pudiera bailar durante toda su vida. Por las tardes, cuando volvía del colegio, salía al pequeño balcón y se abandonaba al dulce desequilibrio de las puntas de sus pies, mientras giraba y giraba, y saltaba, y volaba balanceada por el suave peso de sus negras trenzas.

Era pequeña y menuda. Su figura se cimbreaba esbelta en su cuerpo de bailarina. Los pies, embutidos en los zapatones marca “El Gorila” que sus padres le compraban dos números más grandes para que duraran, y que siempre gastaba por la puntera ante la atónita mirada de su padre, rozaban el suelo tímidamente, abandonándolo para recuperarlo al instante.

Los largos brazos le permitían volar. Se arqueaban para recibir el abrazo del viento, mientras las manos deshojaban mil flores imaginarias, al compás de una música que nacía del mismo lugar donde se cobijan los sueños.

El balcón daba a un patio de vecinos, y algunos de ellos salían a presenciar el espectáculo, que cada tarde prometía ser distinto del anterior. Resultaba inexplicable entender cómo la pequeña balconada podía convertirse en una inmensa sala de baile, pero así era. Sus extremos y dimensiones se prolongaban en todas direcciones al ritmo de los movimientos de la pequeña bailarina. Hacía suyo todo el espacio, como una princesa recién coronada por el reino mágico de la Danza.

Y era tan feliz danzando y bailando y rodando sin cesar, como una Paulova renacida, que se resistía a dejarse vencer por la fuerza de la gravedad. La bailarina había nacido de la Danza para girar y deslizarse por caminos nevados de oro. Sus pies rozaban apenas la superficie de lagos brillantes, que reflejaban su luz y su fuerza como una promesa reciente.

Todos la miraban fascinados. Se sentían conmovidos ante tanta belleza, pero pocos entendían el incendio que se adivinaba impreso en sus pupilas. Los mayores asistían al hechizo, pero no lograban descifrar su mensaje. Les faltaba vocabulario, ya no recordaban las palabras con las que explicar un hallazgo, sustantivos con los que descifrar un apunte, adjetivos con los que describir un deseo. Verbos para alcanzar un sueño.

La bailarina abría su diccionario de música y baile, y en su arpegio multicolor se refugiaba para no salir nunca. Pero tuvo que salir. Y un buen día, descubrió que había más cosas, nuevos sueños por los que apostar y entregarse.

Y entonces, los zapatones “El Gorila”, con los tiesos cordones que se desataban siempre que empezaba a bailar, pero nunca se enredaban porque eran aire mientras duraba la música, se transformaron.

En delicados zapatos de un rosa pálido con los que se entregó al primer beso. En botas de piel con las que corrió buscando libertad. En altísimas plataformas de zapatos blancos con los que dijo “Sí, quiero”. En patuquines de ganchillo azul que ella misma tejió para el primer hijo.

El mundo se volvió grávido, grave, consistente. Olvidó colores y desvaneció brillos, se volvió mayor. Las cosas eran distintas, ni mejores ni peores, sólo distintas. Pero el pequeño balcón, casi diminuto, sigue ahí, inmensamente vivo y en pie.

Y en su interior, cada tarde, una niña de traviesos ojos negros y largas y gruesas trenzas, sale a bailar, invitando a los presentes a soñar con la danza. A presenciar la magia de un momento de ilusión, de polvo de oro lloviendo sobre nuestras grises cabezas. Para recordarnos que una vez fuimos niños y fuimos capaces de todo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡bienvenida a la blogosfera!, me encantan tus textos, ¡menudo talento oculto!, te invito a que visites mi blog, es muy caótico, hay un poco de todo y un nada de mucho, sigue escribiendo que yo te seguiré leyendo........
un beso literata.......

Anónimo dijo...

Que sería del mundo sin ilusiones? por muy infundadas que sean. En el reino de la ilusión, no tienen cabida ni el sentido común ni los prejuicios, solo cuenta el entusiasmo y el buen hacer que pongas en ello.
No dejes que nada ni nadie acabe con tu ILUSIÓN.
Me ha encantado.

Anónimo dijo...

Si tu intención al escribir esto era despertar emociones; en mi lo has conseguido. Me hizo recapacitar como hombre que soy en el trato que le doy a mi esposa. Felicidades y voy a continuar leyéndote. Por cierto, salté para acá desde fogonazos.