15 diciembre 2006

Los árboles de la avenida



A todas las dramáticas de este mundo, desde el cariño


Qué bonitos están los árboles de la avenida, este año ha llegado tan crecida la primavera que parece como si quisieran tocar el cielo con las ramas. Casi, casi me llega el olor de las hojas verdes y las flores tan vivas que se mecen saltarinas por el viento de la mañana.

Que no se me olvide mirar lo del teatro cuando llegue a la oficina, que a este paso nos vamos a quedar sin entradas. La verdad es que a Raúl no parecía hacerle mucha ilusión, pero creo que es una manera bonita de celebrar nuestro aniversario, y hace mucho que no vamos al teatro los dos solos.

Tres años ya, madre mía cómo pasa el tiempo. Qué mirada tan perdida tenía cuando nos encontrábamos en la cafetería de Tomás, parecía tan desvalido con sus rizos negros que no lograba domar y siempre le tapaban un ojo, que me costaba reprimir la caricia, el roce de esa melena, sus ojos tan brillantes cuando me miraba.

¿Qué ocurre, por qué no me mira ya así? ¿Nos hemos acostumbrado demasiado el uno al otro? Dice que me quiere, que no hay nadie más importante para él, pero necesito sentir que no se autoengaña, que el amor le sigue rompiendo las costillas, le inunda, calienta y cobija, porque yo lo siento así.

Esta mañana le he calentado el café con leche y me ha dado un beso, pero no ha llegado a cerrar los ojos, y aunque no le he dicho nada, me ha dolido ese gesto, esa ausencia de gesto. No me gustaría que nos pudiese la rutina, como le pasó a mis padres y a tantas parejas. Quiero que cada día sea distinto, que si le llamo dentro de un rato y le pido que coma conmigo y nos escapemos a la avenida a ver los árboles de primavera, lo haga sin pensar, como hacíamos antes.

No quiero parecer pesada demandando tanto, ni tampoco desorientarle o aturdirle con mis dudas, pero no puedo evitarlo. Así de sencillo. Es como si nos hubiéramos acoplado a nuestras respectivas manías, a la monotonía de compartir, a la tiranía de una costumbre. Y nos faltara pasión o la determinación de sentirnos apasionados. No lo sé, la verdad, estoy bastante confundida.

Eva me contó lo de su nuevo chico el otro día, y le brillaban tanto los ojos que me costaba seguir el hilo de lo que decía. Había una luz tan intensa en sus palabras, en sus gestos, que me dio envidia. Las flores, por ejemplo. Su chico le regaló flores después de la primera noche, y aunque no me va nada el rollo cursilón, me dio rabia reconocer que Raúl no me ha regalado flores más que una vez en tres años, y fue cuando me operaron.

No es que le pida atención exclusiva, que sólo tenga ojos para mí o que vivamos en una nube de romanticismo rosa, pero a veces…sólo a veces, apetecen ciertos detalles. Detalles como una rosa bien roja, sin motivo aparente, detalles como un anillo espontáneo o detalles como comprar entradas para el teatro para celebrar nuestro aniversario.

Dios, qué me está pasando, estoy cayendo en todos los tópicos más explotados. Rosas, anillos, sólo me faltan violines a la luz de la luna. Si es que me complico demasiado la existencia. Con lo fácil que es creer sus palabras cuando me susurra “te quiero” o me dice aquello de que se dejaría despellejar vivo, pero claro, se esfuerza tan poco en utilizar verbos más sensibles, que a una se le viene abajo el sentimiento.

¿Pero por qué tengo estas dudas? A lo mejor el problema lo tengo yo. Creo que le doy demasiadas vueltas a las cosas, no dejo que todo fluya de forma sencilla, y va a tener razón Eva cuando me decía que soy demasiado complicada. Me jode reconocerlo, claro, pero no me queda más remedio porque sospecho que tiene razón. Yo no he obligado a Raúl a decirme “te quiero”, no le he puesto un cuchillo en el pecho ni le hago ningún chantaje emocional, así que si me lo dice será porque lo siente de verdad, ¿o no?

Se me va a pasar la parada con tanta comedura de coco. Ahí está el quiosquero, míralo qué apañado y complaciente es con la gente. Siempre tiene una sonrisa para todo el mundo, como si estuviera en paz. Tiene una foto de una mujer en el mostrador, seguramente sea su esposa y también se la ve muy feliz. Raúl nunca me ha pedido una foto para llevársela al trabajo. No digo que la enmarcara y la colocara sobre la mesa del despacho, para que todos la vieran y opinaran sobre su novia, pero me gustaría que sintiera la imperiosa necesidad de verme a todas horas.

Yo tengo miles de fotos suyas por todas partes, porque sí me relaja encontrarme con su carita morena cuando más saturada estoy, y me encanta presumir de novio guapo cuando las chicas se lo quedan mirando y percibo una chispa de admiración. Y me gusta robarle un minuto de sus intensas ocupaciones cuando le llamo por teléfono, y saber qué tal ha comido y con quién se ha reído. Y cuando llegan las siete sólo espero llegar a casa para encontrármelo, con su cansancio y derrota, con su sonrisa y las cosas que le rondan.

Y le miro y escucho, y atiendo a sus explicaciones, y le peino los rizos que siguen tan vivos, y le sirvo una cerveza sin que se de apenas cuenta, mientras me sigue contando, y a veces le sugiero tomar un baño caliente, y siempre me acabo colando a su lado. Y para mí eso es amarle sin condiciones, cada día más porque cada día le conozco más y más me gusta lo que aprendo de él.

Siempre hay un descubrimiento, un destello que apresar, un detalle que compartir. Yo siento que me lleno cuando le tengo cerca, que me da fuerza y seguridad su proximidad, que soy mejor persona y más guapa y buena. Y cuando no le tengo cerca y lo pienso, me supera la nostalgia y me invade la impaciencia.

Y sólo quisiera correr a su lado y besarle con los ojos bien cerrados, sintiendo sus palpitaciones, sus dientes que me sostienen y su lengua que me sujeta. Y decirle “te quiero” no es necesario, porque estalla la naturaleza como estallan los árboles de la avenida, cargados de espesas ramas que llegan al cielo.

¡¡Anda, un mensaje en el móvil!! ¡¡Es de Raúl!! ¿Qué querrá? “He reservado entradas para el teatro. No dejes de pasar por la avenida para ver los árboles. Tienen unas ramas tan largas y fuertes como tu pelo negro.
Te quiero".


6 comentarios:

Anónimo dijo...

"El comentario era para ESTE post"
Perdon por el equívoco.

Stupor Mundi dijo...

Por un momento he hecho mías las cuitas de la protagonista. Como me siento a cada momento en ese pugilato que es el amor, y como comprendo que nunca hay dos personas que se amen de la misma forma. Yo también tengo una balanza de fotos deficitaria, miles a cero. Yo también necesito esa presencia muda de un retrato, que me apague la nostalgia.
Y necesito escuchar esa frases que nunca oigo, y cuando las oigo son el eco de la demanda casi patética, dime que me quieres, anda.
Que sensible y que bien escrito,se nota que lo ha hecho una persona que realmente ama, y eso lo nota otra que alguna vez ha amado.
El final feliz es quizás demasiado feliz, pero esas cosas, querida amiga, solo pasan en las películas, nunca en la vida real. Pero es un buen guiño a la esperanza. Ojalá me ocurriera a mí...

Avellaneda dijo...

Hay que ver esas personas que viven como si estuvieran al borde de un abismo inexistente, con miedo a perder nosequé, pensando en la soledad como sufrimiento cuando es una bendición a veces, amando con desesperación cuando se debe amar con sencillez... si, hay que ver como son!!

Leia tu texto, que ya recordaba, y no podía evitar una sonrisa al reconocerme en cada paranoia... como somos a veces los humanos, como nos gusta torturarnos!!

Muy bien estructurado, relatado, como una película, de verdad, me ha dado la sensación de estar viendo esos árboles... ¡¡ y emocionada con el sms!! :o)

Anónimo dijo...

No hay oro que más reluzca, al menos eso dicen.

Aunque en mi caso el final feliz no creo que sea aplicable, y el dicho tampoco.

Any dijo...

Me emocioné mucho al leer este relato... y al final se me llenaron los ojos de lagrimas...
¿Será porque soy complicada como tu prota? ¿Será porque aunque odio los topicos soy mas topica de lo que quisera?...
Gracias Tamara, la sombra de los "árboles de la avenida" me protegían, mientras leía, de este sol abrasador de mi desierto temporal. Un beso.Analía.

Anónimo dijo...

Creo que todos nos hemos sentido así alguna vez, es que es la vida misma, todo esos detalles que esperamos que nuestra pareja intuya...
Muy bonito Tamara, muy real