07 enero 2007

GASPAR

A Merche.
Por un Carrefour lleno de "Ges" para ella.


“…la estrella que habían visto en el oriente,
iba delante de ellos, hasta que llegando,
se puso sobre donde estaba el niño.
Y vista la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.”
Mateo 2, 9-10.

Cogió el tarro del tomate frito y estudió con mucha concentración el listado de sus ingredientes y la fecha de caducidad. Realmente no le interesaba nada saber el contenido de la salsa de tomate. Lo que le urgía era disimular de algún modo antes de volver a fijar la vista en aquel joven, que se resistía a dejar de mirarla.

Al principio pensó que era algún promotor de supermercado especialmente atento y seductor, y le devolvió la sonrisa, pero cuando sus ojos la siguieron por el pasillo de los congelados, comprobó que no llevaba ninguna bandeja con algún alimento en promoción, ni nada parecido. Un estudio más exhaustivo desde la zona de quesos le permitió descubrir que iba vestido de una forma un tanto peculiar, con unos pantalones muy ceñidos y algo parecido a una sudadera por encima. Sus movimientos eran cadenciosos, sus piernas, largas y fornidas, como continuación de un trasero que se adivinaba firme y poderoso.

Mientras escogía los tomates y los pepinos, se fijó en su cara. Tenía una piel asombrosa, color canela fundida en dorado cuando la luz le rozaba. Sus rasgos estaban muy marcados, la mandíbula cuadrada, los pómulos altos. Las mejillas abrigadas por una sombra de barba iniciándose. Los ojos eran enormes. Se confundían con el tono de la piel, eran capas de miel espesa, envolventes dunas de un desierto adormecido por un sol tardío, fiel compañero de un té fuerte y especiado.

- Oiga, ¿va a quedarse aquí parada todo el santo día, leñe? Yo también quiero coger pepinos, ¿sabe?

La áspera voz de una señora la trajo bruscamente de vuelta al Carrefour, Villaverde, Madrid, España. Pidió disculpas con voz titubeante mientras comprobaba, por el rabillo del ojo, cómo sonreía abiertamente su joven perseguidor.

Se sintió ridícula y con un incendio en la cara puso fin a la absurda persecución dirigiéndose directamente a la caja. Ya estaba bien de jueguecitos. Pero qué pretendía aquel tipo. Se había sentido hipnotizada, transportada a otras latitudes más cálidas, dulcemente adormecida. Llegó a la cola y se obligó a no girar la cabeza. Se sentía confusa, vulnerable. Tenía que reconocer que ese chico la había impresionado.

En seguida lo notó. Fue como una descarga eléctrica, un escalofrío en el centro de su espina dorsal. Se dio la vuelta y ahí estaba. Detrás de ella, en la cola y con los ojos más hermosos que había visto jamás.

Y entonces le explicó.

Le explicó que existen los milagros, como existe la magia y se marchita la flor. Le contó que sentir no se mide en palabras, que lo hermoso y lo feo se combinan y se enredan en el mismo ciclo, el de la vida. Que empezar es un extremo, pero también puede ser la meta, que esperar no es la idea y los sueños pueden cumplirse.

Entonces la invitó a tomar un té ricamente especiado. Le prometió hacer la mezcla perfecta para ella. La tomó de la mano y sintió como si la hundiera en un saco de lentejas. Notó el polvo de oriente y el gustito de la legumbre bien prensada, haciéndole sitio a sus dedos. Se sintió segura y embriagada. Se dejó llevar.

Y entonces se dio cuenta de que no habían intercambiado ni una sola palabra.

Desprendía un olor a incienso. Su piel canela centelleaba en la oscuridad, parecía chispear como la purpurina. El tacto le sorprendió. Su aspecto era seco, pero al tocar su piel podía deslizarse como crema fresca y nutritiva. Olía intensamente a incienso, pero había algo más. Algo parecido al sabor del té que le había preparado para ella. Era como si estuviera inhalando el aroma de Oriente.

Su boca era jugosa y ambiciosa. No la dejaba escapar. Se dejaba atrapar por ella una y otra vez, atravesando una cueva, demorándose en sus huecos, descubriendo recodos. Su cuerpo se fundía a su acorde, con furia a ratos, con calma en otros. Se miraban sin dejar de devorarse. Se abrazaban sosteniendo el hechizo. Se sintió plena, vencedora. Desvaneció miedos, ahuyentó fantasmas. Finalmente, cayó rendida en un sueño apacible y denso, en el que dejó descansar la consciencia.

Y lo último que vio al cerrar los ojos, fueron dos manchas de miel dulce y espesa.

La luz intermitente de los adornos navideños de la calle se filtró por su ventana, y la despertó. Abrió los ojos y buscó las dunas del desierto, pero no las encontró. Estaba sola, no había rastro de Oriente a su lado. Tenía la boca seca, la lengua agotada, los labios ardiendo. Se levantó liviana, pese al cansancio, y se acercó a la cocina a beber agua.

En la mesa quedaban los restos. Una tetera helada y dos vasos cubiertos de posos. El té estaba consumido, pero el aroma permanecía intacto. Era un olor a incienso salpicado de especias variadas. Un papel se doblaba al lado de uno de los vasos. El té se había derramado arrastrando en su ola las letras de una confesión. La que ella necesitaba para asegurarse de que aquello había ocurrido, que no lo había soñado.

En el papel no se entendía nada. Varias manchas azules dibujaban un cielo borroso de estrellas de tinta. Pero había una letra, a modo de firma, que se distinguía claramente. Ella sonrió al recordar el nombre de su amante, un nombre que empezaba por la letra G.

Unas campanillas sonaron a lo lejos, dejando una estela de chimenea encendida y un aroma de incienso intensamente especiado.

3 comentarios:

Avellaneda dijo...

Delicioso, evocador, excitante... de verdad que se me ha puesto una sonrisa al leer tu texto.. ayssss que bonita es la pasión y dejarse llevar por ella. ¡Lo has relatado tan bien!

¿Y dices que en el Carrefour de Villaverde? Esta mañana no he visto ninguno así pero seguro que no tenía yo la magia suficiente... para la próxima iré con los ojos más abiertos a estas cosas y no a las ofertas :op.

Un beso y encantada de leerte en este 2007!!

Stupor Mundi dijo...

Desde el profundo repelús que me produce la navidad y toda su parafernalia, debe entender que hasta personas inteligentes caigan en esa memez. Pero si sirve para tener sueños lúbricos con reyes negros que no existen, por bien dado lo damos.
Has encontrado un fin a algo que creía inútil,no está mal como ejercicio de esgrima verbal. Pero tu talento debe estar por encima de reyes de oriente y pesebres, en los que solo hay paja. He aquí el botellón de agua fría del señor Scrooge...

Tamara dijo...

El rey negro es Baltasar, para tu información. Al menos, así consta en las leyendas sobre los magos que vinieron de Oriente, porque en la Biblia no se indica si fueron tres los RRMM, ni el color de sus pieles, ni siquiera sus nombres. Eso forma parte de la leyenda y las leyendas son imaginación, relatos, narraciones, emociones, y a eso me apunto siempre.
Que sepas, querido Stupor Mundi, que la trilogía se completará en breve con Baltasar. No te la pierdas...X-D