19 marzo 2008

Pinto una ventana


Room in Brooklyn, de Edward Hopper

Se me hace raro escribir, porque nunca lo he hecho, por lo menos así. Me cuesta juntar palabras para nombrar una emoción, una urgencia o un lamento. Pero ahora hay un terapeuta en mi vida, y tengo que hacer lo que me mande. Para empezar, escribir sobre mí, lo que siento y quiero. Y me cuesta, me cuesta mucho. Porque me resisto a creer que estoy mal, que necesito ayuda. Todavía siento que no me pasa nada raro, o por lo menos no soy ni la mitad de raro que el resto de los mortales.

Lo único que necesito es un rato de tranquilidad, de silencio a mi alrededor. Que nadie me mire como si anduviera tropezando por las esquinas, o metiéndome en todos los charcos. Hombre, reconozco que he tenido algunos problemillas últimamente. Las cosas no me salieron como yo esperaba. Celia me dejó más tirado que una colilla. Lo admito. Y a la vez que se desprendía de la colilla de un puntapié, aplastaba tantos sueños y proyectos. Se los fumó de golpe, se tragó el humo sin parpadear, y me cubrió con él oscureciéndome la visión, sin reflejos para esquivar el golpe. Me invadió la niebla, me cegó su gris tormento y se me ahogaron las fuerzas.

Ahora reconozco que ella también sufrió. El humo también anidó en sus pulmones y le tocó respirar su propia soledad y mi propio fracaso. Pero después de lo de Celia, yo estaba bien. A ver, reconozco que es complicado entenderlo, pero es que es así de sencillo. Yo estaba bien. Me dolió su abandono, pero sólo fue jodido durante las dos primeras semanas. Después, comencé a superarlo. En serio. Nadie me creía. Yo les pedía que no habláramos del tema, porque ya no era necesario, estaba superado, era agua pasada. Pero ahí seguían esas miradas de lamento contenido, esas cejas en tensión cuando me quedaba callado un rato largo. Sus bocas me hablaban y me pedían respuestas, emociones, la voz de un dolor. Y yo no encontraba las letras.

Y no lo necesitaba, porque lo que de verdad quería era que todos actuaran con naturalidad, como antes, como siempre. Que desaparecieran los ceños fruncidos de mi padre o los labios mordidos de mi madre. Que cesaran las preguntas, los ofrecimientos, las propuestas. Porque las palabras se afilaban en agujas finas que jugaban a hacer piercing con mi estómago, y con mi hígado y el corazón. Incluso terminé con los pulmones agujereados y exhaustos de tanta acupuntura involuntaria.

Acabé agotado. Sólo estaba a salvo en mi habitación. Trasladé cuanto necesitaba a mi cuarto para estar aislado el mayor tiempo posible. No es que quisiera darle la espalda a los demás. Es que necesitaba recogerme, impregnarme del silencio, dejar descansar a mis doloridos órganos. Necesitaba descansar de todos.

Los consejos me llegaban como nieve en la cima. Caía fiel a su cita, previsible, y se amontonaba ocupando todo el espacio, extendiendo su color por todo el horizonte. Yo me sentía tan cansado y ajeno a sus esfuerzos. Agradecido, pero harto. No pensaba hacer caso a ninguno de ellos, porque mi único pensamiento era una flecha apuntando directamente a mi habitación y su forro aislante. Sólo era un saco de palabras que me atravesaban con su perfil afilado.

El despido fue duro. Esperado, ahora lo sé, aunque cuando llegó lo recibí con la honra herida. El orgullo me cegó y ayudó a fabricar una muralla en torno mío que frenó el avance de la sensatez y la cordura. Y ahora, que comienzan a trepar con su enredadera, me dejo acariciar por sus hojas y me siento tan ridículo.

He sido débil, torpe, orgulloso. Soberbio y vulnerable. Me abandoné en una masa viscosa de abandono y autoengaño. Ahora siento que fui egoísta. Sufrí y no entendí, pero me negué a comprender. Me escudé en los demás, ellos eran los culpables. Celia, la empresa, mi familia. Y busqué respuestas sin haber aprendido a formular las preguntas. Es complicado reconocer tu propia flaqueza cuando tu estabilidad resbala sobre un charco de fracaso.

Pero lucho. La batalla me ha dejado entrar en combate, todavía estoy aquí.

Intento recomponer todas las piezas para encajarme en el ritmo cotidiano de este mundo. Encontrar mi hueco, construir mi sitio. Pinto una ventana de cortinas blancas desde la que veo mi camino avanzar y adentrarse.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Tamara por este relato, y por darle cordura y sensatez a una situación cercana, con una persona que quiero mucho y que deseo de todo corazón que pronto vuelva a ser el mismo de antes... que sea feliz y que se cumplan las metas que se proponga. Besos y te quiero.

raindrop dijo...

No sé qué decir... Me siento muy identificado, más que en los detalles, en el tono general del relato.
En casos de abandono, es difícil encontrar la sensatez porque la bajísima autoestima que te queda juega muy en contra de uno mismo y trata de resucitar las peores pesadillas de la vida pasada. Demasiado complicado.
A veces, parece que la única solución es atrincherarse en el aislamiento. Pobre solución.
Llegará la cordura. Pintaré una ventana...

besos

Stupor Mundi dijo...

Me ha gustado, aunque quizás me haya preocupado, no sabía que hasta ese extremo hubieran llegado los problemas. Al menos espero que la parte de la terapia y el ver el final del principio no sea ficción...

Avellaneda dijo...

Un relato que siento cercano... primero hay que pintar la ventana, es el primer paso, el siguiente es atreverse a mirar por ella.
Cuanta empatía, cuantas horas de escucha, cuantos momentos de razonamiento tiene este relato y cómo debe agradecerte tu mundo de que tú estés ahí. En mi caso sabes que no me canso de agradecertelo!

Tamara, es un gusto leer tus letras y ver como desgranas sentimientos con las palabras. Me resulta increíble tu forma de contar y me encanta ser parte de ese universo que te lee.

Un beso zamorano maja, aquí en un rato en el que internet me da un respiro.

SOLOYO dijo...

por lo que vislumbro en los comentarios tienes que ser una persona de las que merece la pena tener cerquita... Me alegro de arrimarme un poquito por aquí al menos.
Literariamente chapó!

julio-entuinterior dijo...

Andar solo por la vida, es muy duro, así que si encontráramos una compañía interior que nos acompañara allá donde fuéramos, la cosa cambiaría; vaya que si cambiaría.

Un fuerte abrazo, Tamara

Tamara dijo...

Querido Raindrop,
Yo creo que la autoestima no depende de los demás, aunque la sociedad nos obligue a creerlo. La autoestima reside en uno, y dura toda la vida asumirlo, y descubrir lo mucho que vales, con tus más y tus menos. El abandono duele, te revienta los huesos, pero no creo que la solución sea atrincherarse. El encierro y aislamiento sólo alimenta los pensamientos más negativos. Te devuelve el dolor más fuerte en una espiral sin fin. Como habrás podido ver por otros comentarios, éste relato está inspirado en alguien que tengo y siento muy cercano. Ver a alguien a quien quieres mucho aislarse y hundirse en un pozo negro sin poder hacer nada por evitarlo es jodido. Me gustaría que todos tuviéramos ocasión de pintar nuestra propia ventana cada vez que perdiéramos pie.
Y, por cierto, una persona tan lúcida y sensible como tú no puede tener muy lejos la cordura...aunque bien mirado tampoco es cuestión de tenerla demasiado cerca, que los demasiado cuerdos son un panda de pelmazos...;-D
Un beso grande.

Miguel de mi alma,
Siento decirte que las dos cosas son pura ficción. Ahí sigue la habitación, el micromundo en el que se encierra y se aísla. Pero no quiero preocuparte. Confío en que una mañana querrá pintar de verdad su ventana. Lo confío de veras. Y seguro nos encontrará al otro lado tendiéndole la mano.
Muchos besos, rey.

Mi linda Merche,
Una ventana como tus puertas, todas las que coleccionas y que tanto me gustan.
Me dan mucha fuerza tus palabras, amiga, eres punto de apoyo y referencia. Y soy yo la que te agradece todo lo que me has escuchado, entendido y calmado.
Muchas gracias por todo, me has emocionado...
Un abrazo grande y miles de besos.

Querida Soloyo,
Muchas gracias, guapa, pero no es para tanto. Soy normalita, pero tengo la gran fortuna de contar con gente que me quiere bien y a quien adoro...¿a que te ocurre igual? Se nota en tu blog que son muchos los que bien te quieren y se sienten acogidos cerca de ti.
Yo también me arrimo, aunque deje pocos comentarios, pero también me arrimo...¡¡que no veas lo que nos han cundido estos días los vídeos de tu último post!!

Querido Julio,
Cuánta razón tienes. Te aseguro que intento absorber al máximo tu visión, tu apuesta vital, tu propuesta. Y he intentado, modestamente, claro, transmitirle a esta persona en quien me he inspirado, mucho de lo que he leído en tu blog.
No se puede vivir permanentemente insatisfecho por lo que no tenemos, sabemos o somos. Seamos primero, sintamos lo que anida en nosotros, y luego pintemos la ventana, ¿no? Jejeje.
Un abrazo grande.

julio-entuinterior dijo...

"No se puede vivir permanentemente insatisfecho por lo que no tenemos, sabemos o somos O IGNORAMOS. Seamos primero, sintamos lo que anida en nosotros, y luego pintemos la ventana, ¿no?"

Me vas a contar a mí, encerrado, por tánto tiempo, en aquel cuarto oscuro, sin ventanas...
Y luego, cuando esa ignorancia desapareció, con qué alegría abría ventanas y las pintaba y las sigo abriendo y pintando de los más vivos colores y me asomo por ellas al mundo, sin miedos.

¡¡Ufff...! ¡qué cambio...!

Un beso grande (que no se como serán, jajaja)

raindrop dijo...

Agradezco profundamente tu comentario, Tamara.
besos :)

Anónimo dijo...

Primero que nada Tamarita te quiero decir en alusion a los dos posts anteriores, que esa red de blogger@s que van creando poquito a poco me parece sumamente enriquecedora ...en respecto a este post ..la ventana, como bien dicen varios, siempre hay una ventana (sobretodo en este mundo occidental en que vivimos), sólo que a algun@s les cuesta más encontrarla...
Como siempre querida amiga, disfruto y mucho leyéndote..

Anónimo dijo...

ooops que no "en respecto" sólo "respecto", uff que lapsus!!
bacho.M.