03 octubre 2007

Exorcismo

Reflexiones de una funcionaria en carrera

B. es pesada, cargante, egoísta. Su pelo se ondula como su alma, rizada de torcidas esquinas. Su fachada es simpática, te recibe con una sonrisa que se sostiene más si eres objetivo a atrapar. Cae bien. Deja caer su risita mediada, que siempre corta a la mitad, dejando en suspenso una corchea cantarina que recién comenzaba a brotar, ya es muerta.

La risa salpica su discurso, lo interrumpe, se contrae y muere sin llegar a desparramarse del todo. El tono de su voz es bajo, poblado de códigos, frases que pretenden atrapar al receptor en una complicidad de cosas entredichas, mensajes agazapados detrás de una frase, también a medias. Si ocurre como a servidora, que no pilla onda, la disertación de B. se puede convertir en lo más parecido a un diálogo de bobos.

Su pelo negro, su piel tan pétrea, sus largas uñas curvadas lanzan pistas sobre su auténtica naturaleza: ¡es una vampira! Aunque ella se sienta vampiresa, no pasa de ser una vulgar vampira.

Pero vampira al estilo S.XXI, vampira moderna. Ella no bebe sangre, directamente absorbe la energía de sus víctimas. Cinco minutos a la vera de su sombra oscura le bastan y sobran para dejarte exhausto, débil, vencido. Atrapa toda tu atención, te acorrala con la fuerza de la sangre de miles de víctimas a lo largo de su vida transilvana, te reduce en la esquina más sórdida y ¡zas! te hinca el colmillo sin que le tiemble ni un tornillo de sus negras gafas.

Y es en ese momento cuando puedes sentir cómo la energía sale de tu cuerpo, como si de un viaje astral se tratara. Percibes cómo tú misma te desvaneces en una nube de fuerza que se te escapa, dejando tu cuerpo ajado y amorfo, como el papel de un caramelo que arrugamos antes de tirarlo a la papelera.

La señora vampira se pega el gran festín a tu costa. El menú está servido: hoy toca el plato del día: ella misma y sus mismidades. Se sacude los entremeses mientras presenta sus aventuras del día, termina el primer plato aderezándolo con su divino talento, engulle el sorbete sabiéndose la más adorada, se toma su tiempo para comer el segundo plato: tiene que quedarle claro a la víctima que está ante una diosa. Llega a los postres con los ojos brillantes de triunfo: la sangre brota de la herida fresca. No le engañan los ojos entrecerrados de espeso aburrimiento de la víctima: aún queda mucha energía que absorber.

El género humano es lo que tiene: sabe manejar la energía circundante a su santo antojo, atrapando lo que más le conviene y desechando el resto. Hay personas, todos conocemos una o varias, que necesitan cubrirse con la protección de los demás. Se acercan a ti con ropajes de víctima, te enredan en su mundo de penalidades para que aflojes la guardia y hagas tuya su batalla.

El sujeto vampiro te clava el aguijón, y mientras te succiona la sangre y las entrañas, se amolda a tu espalda, para que cargues con su peso y el de sus problemas. Pero avanzar sin energía se hace agotador, el acoso exprime tus defensas y sólo ves el momento de darle esquinazo al verdugo.

El efecto vampiro no sólo ocurre entre seres anónimos, claro. Nuestra sociedad es el paraíso del vampirismo profesional. Nos absorbe la familia, en un cuadro de dependencia emocional que nunca terminas de sacudirte del todo, nos absorbe el trabajo, esclavizando sueños y pelando libertades.

Nos vampirizan las normas sociales, con su cadena de fases que aprieta hasta la asfixia: ahora toca novio, en el siguiente eslabón toca casarse, no nos olvidemos de los niños, el piso y el coche. Nos vampiriza el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, dibujando el camino por el que tenemos que avanzar nuestros pasos, nos vampirizan los intereses de otros, los nacionalismos, las banderas, el dinero mal repartido, el clasismo.

En definitiva, el vampirismo no es patrimonio de Vlad el Empalador, y no se localiza sólo en novelas de Bram Stoker o en los ojos rojos de Bela Lugosi. La energía fluye, se transforma, se adapta y modifica. Es sangre viva que nos mueve y que podemos perder por segundos si nos acercamos a la persona equivocada.

Llegado a este punto, sólo te quedan dos opciones: meter su nombre en el congelador o apuntarla al casting de Gran Hermano.

3 comentarios:

Avellaneda dijo...

¡¡¡¡A Gran Hermano, a gran hermano!!!!
Ostras yo me había hecho una idea de esa B, de su manera de succionar energía (he conocido alguna persona así) pero leyendolo es algo espeluznante!!
Hay gente que se recarga de nuestra energía, cada día es como ese anuncio de los casei imunitas que te vas emborronando por cada minuto que pasa a la sombra de esas personas o de las miles de preocupaciones y lastres de nuestra vida.
Pero hay esperanza, hay sueños como este de escribir que nos carga de nuevo ¿no crees?
Me alegro de volver a verte y de que cuentes todo esto!!

De esta fan nº 3 a mi fan nº 1
Besos

Stupor Mundi dijo...

Que ya me pica la curiosidad por conocer a esa buena mujer, seguro que su vampirismo es de segunda mano, como de ocasión, un querer y no poder.
Más te preocupen otras chupadas o sorbetes, además de vez en cuando es sano y hasta terapeútico el apuntar al sujeto/a al Que me olvides Benavides Club.
Antes que a Gran Hermano, yo creo que es menos cruel, al menos si no tienes pito como un garbanzillo, en seco, claro.
Me he divertido, un placer leerte, como siempre...

Anónimo dijo...

...emociones/sensaciones de todo tipo, así resumo lo que tus escritos me han producido durante esta mañana que he disfrutado leyéndos todos de un round. Para cada uno de ellos tuve una o más emociones/sensanciones; pena, alegría, desazón, risa, agitación, agradecimiento, anhelo, deseos, rabia, etc. que me es difícil expresar en palabras, pero que están ahí...y que las han provocado la manera en que eres capaz de plasmar las palabras en papel
Un beso.M.