07 mayo 2008

Horas de sueños

Vivía peleada con la vida. Sumida en la amargura, dejaba que pasaran los días y las largas noches de párpados abiertos haciendo acopio de reproches, dudas, lamentos. Cuando alguien le preguntaba el porqué de su desesperanza, se limitaba a encogerse de hombros, y a enumerar todas las dolencias que su fértil imaginación le proporcionaba. Ninguna de ellas las padecía, por supuesto. Pero eso era lo de menos.

Sus ojos azules se habían endurecido, cristalizado. Eran puro hielo. Mirarlos fijamente durante unos segundos era someterse al latigazo del témpano, al aguijón del cuchillo más afilado. Era una mirada fiera, de animal enjaulado sin posibilidad de liberación. Y al fondo, tras el frío, venía el abatimiento, la rendición a un camino que pateaba al pisarlo, la soledad. El fracaso, la rendición.

Al principio, conservaba un asomo de coquetería, y cada poco iba a la peluquería a domar sus rizos naturales, lo único que parecía negarse a someterse a capitulación. Se teñía el pelo y se retocaba las cejas. Cuando se miraba al espejo para ver el resultado, un mohín de desaprobación se le dibujaba en los labios. Las arrugas en torno a los ojos se acentuaban y un aroma de desaliento tomaba sitio en sus hombros. Pero terminó dejando que las canas retomaran su sitio y los rizos se curvaran de tonos grises.

Decía sufrir mucho. Aseguraba no poder aguantar los dolores con que las innumerables enfermedades imaginarias le cercaban. Conocía, como la mejor farmacéutica, los beneficios y efectos secundarios de todos los medicamentos que tomaba. Desesperaba a los médicos con su determinación a ser operada, pese a no padecer nada, y cargaba contra ellos cuando no conseguía su objetivo.

El sol proyectaba su energía a través de las cortinas de las ventanas, y ella se quejaba de la llegada repentina del verano, el calor, el ahogo. El otoño recostaba las hojas más maduras a su puerta, y ella lamentaba la cercanía del invierno, el frío, la fiebre. Se sentaba en una silla, en la esquina más alejada de la ventana, y así se pasaba las horas. De vez en cuando, la tele. Rara vez, una labor. Nunca, un libro.

Pero ella tenía un sueño. Nadie lo sabía. Ni siquiera ella. Evocaba un deseo que no sabía interpretar, porque había perdido la costumbre de soñar. Desear, anhelar, luchar, emprender. Verbos que se negaba rotundamente, intenciones de las que renegaba para bucear en un drama de dimensiones épicas.

Un día descubrió que llevaba dos horas pensando en algo que no eran sus dolencias, sus incondicionales ejemplos de mala suerte, y se asustó. La energía negativa que rodeaba su cuerpo se resquebrajó por el borde. Se había pasado horas recordando un viaje que hizo a Sevilla cuando era jovencita. Se le enredó en la memoria el revuelo de unos volantes con lunares blancos. Le tiraban en el pelo las horquillas que había repartido por toda la cabeza para lucir un moño bien apretado, con los claveles enfrentados al viento de abril en lo más alto.

Parecía respirar el concierto de olores que las flores entonaban en todo el perímetro de la Feria. Le llegaban rumores de voces cantarinas, chillonas, cascadas, infantiles, femeninas, aguardentosas, que se cruzaban a su paso. Algunas arrancaban a cantar y se acompañaban de palmas. Las manos se agitaban y ondeaban los dedos, lanzando chispas luminosas entre pellizcos. Las bocas paladeaban un vinito refrescante que le hacía cosquillas en la garganta.

Una sonrisa se asomó a sus labios, torpe, desconcertada, resbalándose sin atrapar la forma. Eso la asustó. No esperaba esa reacción espontánea de su cuerpo, y se quedó petrificada. Agitó la cabeza para espantar la irrupción de los sentidos. Ella estaba sometida a la amargura, que lo ocupaba todo. Ya no había espacio para la alegría.

Pero las compuertas estaban quebradas. Una grieta delgada se había dibujado en su superficie. Y la luz comenzaba a filtrarse por ella. Al principio, sólo cabía un haz finísimo, pero su roce ensanchó la abertura, poco a poco. La erosión iba abriéndose camino sin prisas.

La siguiente, fueron cuatro horas de ensoñación. Le tocó recordar el primer beso. A sus labios trepó el temblor de las primeras veces, la flojera de lo desconocido, el temor de que se acabara. Cada día tenía más recuerdos. Un día no pudo impedir que se le escapara la risa al acordarse de cuando se cayó en la cuadra con su hermano, siendo niños. Se cubrieron del lodo y la mierda de los animales, y se lo pasaron en grande simulando que estaban de camuflaje en una selva tropical.

La risa se hizo paso por su tráquea y agitó las cuerdas vocales, asustadas por verse vibrando ante algo que ya creían negado. Ella se asustaba cada vez, se sentía vencida, notaba cómo iba perdiendo la batalla. La vida le estaba dando una buena paliza.
Un día soñó muchas horas, casi diez.

Nunca había querido ser madre, pero cuando su bebé la miró con sus ojos recién pintados, le sintió parte de su equipo, un átomo de energía por el que merecía la pena luchar. Le gustó desde que lo vio, pese a que se embarcó en esa aventura empujada por otros; su marido, sus padres, la sociedad.

Se zambulló en la masa de recuerdos de los primeros años de su pequeño, la llegada del hermano, el aprendizaje, sus crecimientos. El orgullo al presenciar sus triunfos. La satisfacción de saber que eran buenas personas. La risa volvió de nuevo, esta vez más firme y estrenando zapatos para no caerse por un suelo escarpado. Y le duró horas, tantas que terminó teniendo agujetas en la cara.

Le sobrevino la muerte soñando conmigo. Lo sé porque tenía en sus manos varias fotos mías. Yo era su nieta favorita. A mí me había contado que tenía “experiencias” de vez en cuando. Que se asomaba a ventanas donde le llegaba el aire fresco de los buenos momentos pasados. Y cuando se cansaba de hilar lamentos por sus enfermedades, lo infernal de su aciago destino y la ingratitud de todos cuantos la rodeábamos, me confesaba que seguía soñando.

Fue hace poco. Escuché el mensaje al llegar a casa. Estaba entre tantos otros que se habían grabado en mi contestador aquel día. La voz me sobresaltó. El miedo me hizo dar un respingo, pero no había nada amenazante en aquella voz, así que sin dejar de temblar, la escuché de nuevo. La tercera vez ya no me asustó. Había serenidad y vitalidad en la voz de mi abuela.

"Sigo soñando y soy feliz".






Cuadros de Vincent Van Gogh y Claude Monet.

17 comentarios:

mera dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Tamara este relato me recuerda nuestras conversaciones sobre lo poco que a veces valoramos el regalo de la vida (dure lo que dure). Es triste como hay personas que se pasan gran parte de su vida, sino toda, quejándose de dolores inventados, sufrimientos, envidias, tristezas, mala fortuna, etc.. y no mueven un dedo por cambiar de actitud y situación. Creo que es una obligación de todos intentar dejar el mundo mejor que lo encontramos, y vivir cada uno de los días como si fuera el último.

Un vez más.. gracias por hacernos participes de tus relatos e historias.

Besos y te quiero.

mera dijo...

TAMARA:
He suprimido el comentario anterior por un error. Quería decir que leyéndolo, con la excepción de las alegrías sevillanas, creería que estas contando lo que hoy vivimos en mi casa con mi madre et les maladies imaginaires. El único libro de su mesilla, una Biblia, le sirve para esconder una cuchara con la que se zampa yogures, natillas, kiwis, los cuales echaza como postre pues dice que le hacen daño. Preferiría tuviese "experiencias" y diese un descanso al espejo.
Un Beso.

raindrop dijo...

En fin, yo también tengo en la familia a una enferma imaginaria (si puede decirse de ese modo, ya que la mente es poderosa para generar enfermedades reales) y es una pena...
Pero quiero quedarme con lo positivo: el poder de la ilusión, de los sueños, que es capaz de poner bajo asedio incluso a los ejércitos más poderosos de la negatividad. Es la esencia de la vida, que siempre se abre camino: la plantita que crece en medio del asfalto o en el desierto o en las condiciones más precarias.
Creo que por eso se dice que mientras haya vida hay esperanza :)

gracias por tu relato
un besazo

julio-entuinterior dijo...

Es un realto que desgraciadamente podrían suscribir otra mucha gente.
Tuvo suerte, tu abuela, de aquel día en que se empezó a resquebrajar su negatividad, se produjo el milagro. Y a partir de ahí fue imparable porque eso es lo que anhelamos.

El que tu fueras su nieta preferida, será por algo :))

Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Leyendo tu relato me vino a la mente la frase del día 265 de Mikelín, y de su comentario rescato lo siguiente "la muerte no existe en la vida y en la vida no está la muerte". Por eso ¡¡la vida a que vivirla, joé!! si hay taaaanto para disfrutarla, esas pequeñas cosas, esas pequeñas satisfacciones, que aunque pequeñas tienen el poder de hacer olvidar aunque sea por poco tiempo situaciones mucho más negativas comparativamente, y sientes un gustito en el cuerpo que no te lo quita nadie..me alegro que la abuelita al final se fuera con ese sentimiento...
(parece que me he liado un poco, pero supongo que se comprende lo que quiero decir...)
Un besote
M.

Unknown dijo...

Hola Tamara, te vengo viendo en otros blogs y me he decidido a conocerte.

La verdad es que cuando una persona hace eso con su vida, yo particularmente lo explico de dos maneras, como comprenderás simples, pero ahí van, creo que socialmente nuestro entorno no favorece las relaciones humanas, la comprensión, la tolerancia, sino más bien al contrario, el aislamiento, el autismo, la soledad, el egoísmo, etc…

Y por otro parte considero que son personas que cerebralmente hablando no tienen “con qué” pensar de la misma manera que otros, que si pueden viajar a su interior en busca de lo mejor.
No sé si fue tu abuela, pero seguro… seguro que tenía en esa época de crisis, cosas rescatables, buenas y positivas a pesar de su locura y sus quejas.

Si al final cambió, si fue capaz de superar su fragilidad y sus límites y de amarte, la admiro, la respeto y considero que tuviste suerte de ser su nieta, jamás me han gustado las personas “perfectas”.

Un abrazo

EL INSTIGADOR dijo...

Me voy a la cama con la sensación de paz que dejan tus escritos. Es posible que sea ficción pero me temo que pueda ser una cruel realidad escrita con maestría.
Besos

Tamara dijo...

Enrique, cariño, dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos es un gran objetivo, y cojo tu mano para intentarlo.
Te quiero.

Mera,
Qué gran misterio entender por qué algunas personas se torturan y se rinden a una existencia tan hostil, permanentemente sujeta a la atención del resto. Para mí fue un reto entender a mi abuela, que hacía cosas parecidas a las de tu madre. Las "experiencias" no sé si existieron. Yo las he fabulado para darle un asomo de esperanza a una vida tan negativa. Al menos, es lo que me habría gustado. Me he quedado con sus recuerdos, los que le sacaba a fuerza de preguntas para que dejara de pensar en sus dolencias y se deleitara en sus pasadas ilusiones.
Mucho ánimo para ti y tu familia, Mera. No te falta vitalidad, entereza y fuerza para afrontar situaciones así, pero si me lo admites, te mando una nube de cariño solidario (ésta es para que te la quedes, no para que la cuentes...;-D)
Un besazo.

Raindrop,
Totalmente de acuerdo, siempre hay que quedarse con lo positivo. La vida se abre paso, tú lo has dicho, por eso cuesta tanto entender cómo alguien puede rendirse a lo inconcebible de forma permanente, y sin tener motivos palpables para ello. El único, quizás, es la propia amargura al evaluar una vida que no se ha desarrollado como esperabas. Esa parte la entiendo y la empatizo, pero hay que tener mucho cuidado en cómo le planteas una estrategia de reconciliación con la vida a esa persona, porque puede pasar lo que apuntabas en tu último post: vampirismo de energía. Yo prefiero pensar que mi abuela dejó algún espacio para soñar, y que con ese equipaje de ilusiones se marchó.
Un beso gordo.

Julio,
Abrir esa brecha para que entrara un soplo de ilusión fue un reto con mi abuela. Tú bien sabes lo importante que es acercarte a tu interior, detectar lo que eres en esencia y entregarte a esa plenitud. A pesar de que hayas cometido muchos errores hasta entonces, creo que siempre estamos a tiempo de hacer ese ejercicio, ¿no?
Muchos besos.

Marcela,
¡Se comprende perfectamente lo que quieres decir, guapetona! Y la frase de Miguel está muy bien escogida, la comparto totalmente. Ay, qué sería de nosotros sin esas pequeñas cosas…como diría Serrat…jejeje. Un abrazo sin esperarlo, una buena conversación con quien más quieres, esa lágrima que se escapa con la lluvia, las buenas carcajadas que nos echamos juntas con los amigos…¡si no es tan difícil! :-P
Un besote grandote.

Estrella Altair,
Muchas gracias por pasarte por este rinconcillo. Ya te comenté en tu blog que nos cruzamos el mismo día…:-D
Me gustan tus dos reflexiones, que además comparto. En el caso de mi abuela, reconozco que me costaba entender cómo arruinaba una vida rica y plena. A pesar de eso, como bien dices, tuvo muchas cosas rescatables, y son en las que me he inspirado para fabular sobre sus “experiencias”, que no existieron, al menos como las cuento yo. O sí, quién sabe. Sé que me quiso mucho, aunque no fue muy justa con el resto de los nietos, y con eso y los pocos buenos momentos que compartió conmigo, son con los que me quedo.
Un beso grande.

Instigador,
Muchas gracias por tus palabras…buuuf, sobre todo viniendo de ti…es un honor…:-D
Es ficción inspirado en realidad, como todo o casi todo lo que se escribe, ¿verdad?
Cada uno nos enfrentamos a nuestros propios fantasmas desarrollando recursos propios. Para mí, uno muy importante es escribir. Su efecto terapéutico nunca falla.
Un besazo grande.

AnaR dijo...

hay una mezcla de ternura y egoismo en los años que es , a su vez, tremendamente humana.Los recursos para captar la atención del cariño a veces son equivocados pero algo,algo,logran...asi lo veo en tu relato.

Muchas gracias por visitarme.Ha sido muy grato leerte.

Un abrazo desde el norte

Miguel Molina dijo...

Al menos resucitó antes de morir, y pudo disfrutar de todo lo que había olvidado. Otros nunc llegan a conseguirlo.

Gran historia.

Besos

SOLOYO dijo...

Me ha sobrecogido, es una pasada cómo describes, cómo metaforeas (si es que se puede decir así...)
La historia es triste y alegre pero me quedo con la fuerza de la realidad, la capacidad que tiene para imponerse...

Tamara dijo...

Ana R,
Cuánta razón tienes. El cariño nos lleva a cuestionarnos el grado de nuestra atención o el nivel de responsabilidad en lo que le pasa a quien quieres, aunque tengamos claro que todo es fruto de pequeñas argucias para captar nuestra atención.
Muchas gracias por tu comentario.
He visto que has publicado versos nuevos...voy a leerlos ya mismo...:-P
¡Un besazo pal norte!

Miguel
Creo que todos estamos siempre a tiempo de "resucitar" antes de morir. Nunca es tarde, hay que desterrar ideas sobre la edad, los límites y los cansancios.
Un besote.

Soloyo,
Pues claro que se puede "metaforear", porque lo dices tú y punto..:-D
Muchas gracias por tus palabras, guapa. La fuerza también está en quien lo lee, que es capaz de dejarse empapar por las emociones escritas.
Un besote, guapa.

Stupor Mundi dijo...

Tu relato tiene fuerza y sobre todo calidez. Cada vez alcanzas un punto más elevado de perfección narrativa, cada vez eres más brillante y sobre todo tus finales cada vez me gustan más.
Creo que deberías empezar a considerar un relato largo, sobre papel, soy así de tradicional, te sobran tablas narrativas, tienes cosas que escribir y sabes hacerlo.
Será porque siempre me saben a poco tus relatos y espero más y una historia más elaborada. Como sabes trabajo en una editorial, piensa esta proposición deshonesta y mira, y peor que lo último que han publicado en PdL ni de coña.

Te doy este consejo desde mi admiración y con toda sinceridad y como crítico literario en albores...

ybris dijo...

La contemplación del propio dolor a veces no tiene salida y no soluciona nada.
Los sueños revividos y los recuerdos tampoco arreglan las dolencias pero las iluminan.
Lo describes hermosa y sabiamente.

Besos

Tamara dijo...

Stupor Mundi,
Muchas gracias por todo, querido amigo.

Ybris,
Lo explicas perfectamente. Hay ocasiones en las que soñar no es la solución, pero ilumina y acompaña el paso.
Muchas gracias por tus lindas palabras.

Avellaneda dijo...

Pero que bien escribe mi amiga!!! Lo leí el otro día rápidamente y me sobrecogió, hoy en la paz de mi saloncito lo he degustado y me encanta... Eres una estupenda narradora y creo que lo que plantea Miguel es una buena idea!

La enfermedad imaginaria creo que es un signo de llamar la atención o de llevar mal la soledad, no la de estar solo, sino la de estar solo consigo mismo. Ojalá que tu abuela ensoñara para tener la libertad de disfrutar aunque sea de momentos pasados, hubiera estado mejor que hubiera disfrutado del presente de la gente que la quería, de su nieta que tanto vale :o)...
No sé cómo seré yo de mayor, si cascarrabias o echá pa'lante pero hay gente que te da lecciones para no seguir o para aprender a pies juntillas (y hablo por ejemplo de mi ama, de mayor quiero ser como ella!!!!)

En fin guapa, que me encanta leerte porque disfruto de tus escritos como se que tú disfrutas escribiendo
Besos grandes