21 julio 2006

La flor despintada III (continuación)

Ana tenía 20 años cuando la conocí, y le quedaba uno para ser mayor de edad. Me la presentaron como una colega más. El respeto con que se pronunciaba su nombre y el brillo intenso de sus ojos negros no me pasaron desapercibidos. Se movía entre hombres con desenvoltura y normalidad, y a nadie le resultaba inquietante su presencia. Trabajaba de lo que se conoce hoy en día como Freelance para el Blanco y Negro, y la impronta de sus fotos comenzaban a darle un cierto prestigio entre los compañeros de profesión internacionales. Cuando la conocí, apenas me miró. Me hablaba con apasionamiento de un inminente viaje a Nuremberg, donde en breve comenzarían a celebrarse los juicios contra los responsables del ejército nazi. Hablaba sin parar, con el cuello saliendo de la camisa como pájaro recién nacido, y me descubrí muriendo por morder la fina piel que se adivinaba. Me enseñaba todas las fotos, las suyas y las de otros, y cientos de trozos de papel con imágenes imposibles, pedazos de holocausto, de cuerpos agónicos, desnutridos, restos humanos en los que no se podía concebir vida anterior se deslizaron ante mí, mientras yo sufría una tortura insoportable. La de desear su cuerpo como se espera la vida. Nos despedimos como se despiden dos amigos, fraternalmente, pero yo rogué un encuentro más y la amiga se transformó en amante en nuestra tercera cita.

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- Dios mío, no puede tratarse del Manuel que yo conocí. Manolo, Manolillo, con su cámara a cuestas siempre, tan formal, tan bien plantado, pero tan cabezota con sus ideas disparatadas de nacionalizarlo todo... ole ahí, que lo que era mío, tenía que ser de todos, aunque lo hubiera sangrado con mis propias manos secas como la tierra y llagadas de sudor, esfuerzo y lucha. No, querido, no, lo que yo me he ganado solita, mío es, y no de todos.
- Se trataba de compartir la riqueza, el que todo tenía que repartiera entre los que nada tenían.
- Ya, pero yo no lo tenía todo. Yo tenía un pequeño terruño sacado adelante a fuerza de mucho esfuerzo, sacrificio, toda la familia levantándose cuando ni el sol se atrevía a asomarse, o tiznándonos cuando quemaba fuerte. ¿Dónde estaban todos los desahuciados del mundo en ese momento?...En fin, que ya no es cosa de hablar de estos temas... porque ya pasaron hace mucho tiempo, y están todos muertos y enterrados.
- ¿Dónde está Luz Divina, Tata?
- ¿La Ludi? Ay, qué recuerdos, sólo Manuel la llamaba así, todo completo y de un tirón: L-U-Z-D-I-V-I-N-A... Para nosotros era la Ludi... ¡¡¡Ludi, Ludita, Luditina, ven, cariño, ayúdame a doblar las sábanas!!! Y ella venía corriendo, con su bonita bata color fresa, atusándose los rizos del cabello, que tanto le costaba sacarse, porque ella tenía el pelo tieso como el esparto, y eso a ella le sacaba de quicio, que salían en las revistas de cine todas aquellas artistazas con unas ondas en el pelo tremendas, y ella quería estar tan guapa como las artistas... “Tengo que estar guapa para Manuel”, repetía siempre, como una letanía. “Quiero estar muy guapa en sus fotos”.

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