07 agosto 2007

La voz de las mejores


Los dedos resbalaban por la piedra áspera y dura. Cerró los ojos, no podía respirar. La sangre corría en desbandada impulsada por un corazón que agitaba todo su cuerpo, latido a latido. Apoyó la cabeza en el muro. Las piedras se clavaron en su frente, traspasando la piel, arañando el hueso.

El tacto tenía la frialdad de lo húmedo a destiempo. Como sus lágrimas, tan húmedas como los inviernos que llegan anunciando malos vientos. Los vientos de la dictadura, del fin de los sueños, del sellado de bocas, almas, ideas, principios.

Era un contacto gélido como las lápidas que cubren futuros. Grises como las mentes que oprimen cuerpos, sentimientos. Opacos como sus almas podridas. Perdidos, como sus esperanzas.

Apenas notaba el fluir de las lágrimas, que recorrían su camino en silencio. Con la sola pretensión de acompañar un lamento. El lamento de una nieta que nunca conoció a su abuela. Se la arrebataron los cuervos negros.
Fue en ese mismo muro, en esa misma piedra en la que se estamparon entrañas, jóvenes cerebros abiertos a un mundo cambiante que prometía primaveras. Fue allí donde estallaron esos cuerpos, dejando un rastro de bestia que agotó la mejor generación que jamás pudo dar un país.

Su abuela murió allí. Cogida de la mano de sus compañeras, hombros con hombros, cabezas temblorosas, ojos enfrentados a verdugos, que seguro, dudaron un segundo al encontrarse con ellos. Al ver su limpieza, su honesta visión, la lucha y compromiso de esos párpados adolescentes, que se entrecerraban apenas ante el momento final.

Eran niñas muchas de ellas. Algunas empezaban a dibujar su rastro, otras lo habían comenzado poco antes. Todas comprometidas con una lucha, empujadas por una ideología, un afán de igualdad, una creencia inquebrantable en un mundo mejor. Pequeños pétalos de una flor recién regada, sembrada en tierra firme, la misma en la que fueron enterradas.

Algunas quedaron con los ojos abiertos, espantadas ante un horror inexplicable. Cómo dar respuesta al aniquilamiento, la violación, la amputación, la masacre. Cómo lograr aliviar el puño crispado que arruga la hoja de un calendario desvencijado que marca un 39.

La nieta aún conserva el trozo de tela que a su madre le llegó de parte de una mano honrada. Ese pedazo pertenece a la falda que vestía su abuela cuando la mataron frente al muro. Alguien lo recortó para entregarlo a la familia. Hijos, padres, hermanos, seres desamparados y huérfanos que supieron así de su muerte canalla. Es sólo un amasijo de hilos entrelazados a punto de ser ceniza, pero su presencia nos afirma que después de aquello, es seguro que el mundo acentuó su cojera un poco más.

Abrió los ojos. Estaba a unos centímetros del muro. Un rumor ligero, como un eco que se acerca repitiendo tozudo un murmullo, le llegó de golpe. Las piedras le hablaban. Era la voz de las mejores.

En la foto, de izquierda a derecha, Nieves Torres, Concha Carretero, la dinamitera Rosario Sánchez y María Vergara.
(Gracias, Merche, por las referencias)
Con toda mi admiración, va aquí mi humilde recuerdo a las 13 Rosas y a todas las rosas que fueron cercenadas demasiado pronto durante el gran páramo del 36 al 75.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tamara un texto desgarrador pero lleno de verdad y de una historia que entre todos no debemos dejar que se repita.
Por favor, escribe más a menudo que desde Junio no lo habias hecho.

Besos

Avellaneda dijo...

Soberbio Tamara, me ha encantado.
Un relato claro y duro como esos tantos amaneceres y sus injustas sacas.
No olvidar nunca. Con gente como esas supervivientes y con gente que escucha, retiene y comparte la historia para que no se pierda, quizá encontremos futuras generaciones que se asemejen a estas grandiosas personas.

Un beso y bien hallada de nuevo. ¡Qué ganas tenía de leerte!

Stupor Mundi dijo...

Confío en que nunca más nos tengamos que llenar de santa indignación. Recuerdo el día que fuímos al cementerio, y con tu relato recuerdo el día en que se cometió el latrocinio. Que bueno que puedas hacer fotografías escritas con tanta calidad. Te añoraba como añoro a la razón...